jueves, 15 de enero de 2015

¿Es necesaria una Reconciliación en España?


Retomo en este momento un artículo que escribí en enero de 2010. 

Un jubilado francés, amante de España, me dijo el otro día: “Dirigí una filial de una empresa de mi familia en Yugoslavia antes, durante y después de romperse en trozos. Viví lo que allí ocurrió. Durante este periodo iba con frecuencia a Barcelona donde un hermano mío dirigía otra filial y veía lo que allí ocurría. Y al ver de lejos lo que ocurre ahora (Enero de 2010), me pregunto: ¿Ha habido una verdadera reconciliación en España? Muchas veces tengo la impresión que no la ha habido. Y si fuera así, ¿Quién o quiénes, de esta maravilla que es España, reúnen las condiciones y la energía necesarias para culminar y cerrar bien lo que la ejemplar Transición empezó y potenció?”.
Estas poderosas preguntas fueron el detonante de un fructífero intercambio y de una posterior reflexión mía, cuyas ideas centrales, bajo un punto de vista de sistemas humanos, pueden resumirse en las siguientes:

Cuando hay algo que no funciona, se repite a lo largo del tiempo de una forma contumaz y no logramos resolverlo a pesar de nuestros esfuerzos, podemos pensar que su origen es sistémico. Es decir, no lo resolvemos porque miramos una parte en vez de mirar el todo. El trabajo sistémico consiste en mirar el asunto en cuestión desde otros puntos de observación, ampliar la mirada a los sistemas de orden superior y profundizarla viendo la calidad de las relaciones existentes entre sus miembros.

Denominamos “irracional” todo lo que no es comprensible por lo que denominamos “racional”. Así, evitamos mirar ámbitos inmensos de conocimiento, etiquetados como “irracionales”, como las emociones (miedo, odio, tristeza), la felicidad, el sufrimiento, el dolor y aledaños. Al no mirarlos, ignoramos aspectos vitales de nuestro ser y de los sistemas humanos a los que pertenecemos (familia, escuela, equipos deportivos, empresa, organizaciones, sociedad, país, etc.). Pero el ignorarlos no hace que dejen de ejercer. Estando agazapados en nosotros, ejercen y se muestran para indicarnos que algo tenemos que aprender y solucionar.                  
                                      
Cuando veo los debates políticos del Congreso, para mí son, en gran parte, debates emocionales más que racionales. El poder de lo parcial prima sobre el interés general. Mientras lo emocional no está en paz, es muy difícil estar centrado en el aquí y en el ahora para el futuro. Lo mismo ocurre en la familia y con los amigos. A veces las discusiones toman unos derroteros insospechados y unos tonos fuera de lugar. Muestran lo mucho que queda por resolver en cada uno de nosotros.
Cuando la percepción de un hecho nos impacta y no sabemos manejarla ni soltarla, la encriptamos en forma de emoción en las células de nuestro cuerpo, y reaparece cada vez que un hecho disparador provoca la salida de su escondite. Así, por ejemplo, cuando percibo una amenaza y que los recursos con que cuento no son suficientes para hacerle frente, una emoción llamada miedo me invade. No es el león quien me asusta, sino lo que yo hago con el león en mi mente. Cuando me encuentro de nuevo ante un león, vuelvo a sentir miedo si no he trabajado terapéuticamente antes este asunto a nivel personal.

El trabajo sistémico muestra que las emociones fuertes que no han sido soltadas por quienes las vivenciaron, pueden pasarlas a sus descendientes. Las emociones pueden pasar de generación en generación, como el ADN.

En Alemania, donde nació el trabajo sistémico, lo están aplicando desde hace ya varios años para limpiar las secuelas de las duras emociones vividas durante la Segunda Guerra Mundial.

En España, el acontecimiento de más envergadura vivenciado ha sido la Guerra Civil, a tan sólo dos o tres generaciones atrás. Hay mucho trabajo que hacer aún en este sentido. Muchos de nosotros arrastramos inconscientemente emociones de miedo, odio, tristeza o culpa, que nuestros padres, abuelos o bisabuelos experimentaron en la guerra y que no pudieron desprenderse de ellas. De tanto en cuanto, algunos de nosotros las vivimos, las sufrimos, pero no las relacionamos con aquello que ocurrió. Muchos no sabemos que hoy hay medios para explorar y liberarse de ellas a nivel individual y colectivo, y por tanto, no se nos ocurre indagar ni tomar las acciones pertinentes para dejar de reaccionar de forma automática como un robot ante ciertas circunstancias.

También nuestras creencias y valores condicionan nuestros comportamientos. Los hemos adquirido de nuestros padres, familia, colegio, sociedad. ¿Nos fortalecen o nos debilitan? ¿Nos potencian o nos limitan? Estamos ante otro campo inmenso de mejora y crecimiento personal que requiere voluntad, energía y humildad para desprenderse de lo negativo y acoger lo positivo que nos falta.


 Así pues, además de los genes, nuestras emociones, creencias y valores nos controlan. También nuestras herencias económica, histórica y cultural nos influyen. Son como esos programas operativos que existen en nuestro ordenador, que no sabemos que existen, pero que condicionan su funcionamiento. Si tenemos plena conciencia de ello, podemos mandar a la papelera de reciclaje aquellos que nos debilitan y limitan, y buscar e incorporar aquellos que nos fortalecen y potencian.
Pero, aparte de lo que cada uno pueda hacer a nivel individual, para él y su familia ¿Qué se puede hacer sistémicamente a nivel colectivo? Avanzo algunas ideas muy preliminares, por tanto, incompletas y sujetas a crítica constructiva:

Según Albert Einstein: “Los problemas no se pueden resolver al mismo nivel de conciencia en el que fueron creados”. Mis manos no se pelean entre sí para defender su campo respectivo de acción de la ambición de poder de la otra, porque hay un nivel superior, mi cuerpo y el cerebro en él, que las integra, las hace colaborar y las dirige hacia un objetivo común.


 El principio de orden sistémico de Pertenencia nos dice que todos los miembros de un sistema tienen derecho a pertenecer a él, salvo casos excepcionales. Cuando hay algún excluido o marginado, alguien de su sistema se ocupa posteriormente de hacer todo lo necesario para incluirlo. La exclusión genera problemas, la inclusión ayuda a resolverlos.

Ante sucesos traumáticos sufridos por colectivos humanos que suponen muertos, asesinados, marginados, olvidados y excluidos, tales como la Primera Guerra Mundial, la Segunda y la Guerra Civil Española, surge necesariamente la pregunta: ¿Hasta cuando duran sus efectos? Hay hitos que separan varias etapas consecutivas de intensidad decreciente. El primero es el fin del suceso. El segundo surge con la muerte de los últimos que vivieron el suceso en sus distintas facetas: víctimas, perpetradores, etc. El tercero aparece con la muerte de los hijos de los anteriores. Y así, sucesivamente. El eco de lo sucedido va perdiendo fuerza con las generaciones que se suceden.
Pero, ¿Es el tiempo el que realmente cura las heridas? Después del fin del suceso traumático colectivo, se suele mirar hacia delante y se evita mirar hacia atrás, hacia lo que resulta doloroso, hacia las pérdidas, las ausencias, las culpas y las responsabilidades. Cuanto menos lo miramos, cuanto más lo reprimimos, menos lo soltamos y lo trascendemos y más se nos va cargando el inconsciente colectivo de todo ello. Pero no por depositar esta pesada carga en el inconsciente, ésta deja de actuar. A veces nos sorprendemos de lo que ocurre. Pero es el inconsciente el que ruge de tanto en cuanto para mostrarnos que colectivamente tenemos que arreglar algo de manera distinta a como lo estamos haciendo. Es mejor soltar esta pesada carga que nos viene de atrás, que empecinarnos en hacer más de lo mismo.

Mi opinión es que nos creímos que con la Transición ya habíamos resuelto los estragos emocionales de la Guerra Civil, cuando sólo fue la primera fase de un proceso más largo, complejo y necesario, realmente pacificador, llamado Reconciliación. Hay constantes síntomas que, como los granos de la viruela, nos muestran que la confrontación emocional sigue activa: apertura de fosas, Valle de los Caídos, pérdida de dirección y de iniciativa, etc. De hecho, no ha habido reconciliación.

Nelson Mandela nos dio una pista al hablar del proceso que siguieron en Sudáfrica: “Después de escalar una montaña muy alta, descubrimos que hay muchas otras montañas más altas por escalar”. Allí, la jerarquía eclesiástica contribuyó en gran manera a la reconciliación. Aquí, una parte se ha quedado escorada en uno de los dos bandos, lo que hace más difícil su posible intervención en este sentido.


                                                    
Todo lo anterior nos ayuda a vislumbrar el posible siguiente paso de un proceso largo de reconciliación.¿Qué haría falta para dar este paso? Me arriesgo afirmando que sería conveniente encontrar a alguien o a un grupo de personas con la suficiente talla, limpieza y fuerza como para generar confianza, incluir a todos, y crear las condiciones adecuadas para dar a luz ese proyecto común de reconciliación.

¿Alguien en el poder? Aunque los que están en el poder, suelen no moverse, porque así no lo ponen en riesgo, el Rey y Adolfo Suárez tuvieron la grandeza y la visión de Estado para hacerlo en la Transición, junto con las de los muchos otros que la hicieron posible. Nelson Mandela lo hizo desde la prisión. Gandhi es otro ejemplo. Adenauer y De Gaulle también mostraron su grandeza al trascender los efectos de la confrontación recién sucedida de la Segunda Guerra Mundial en aras de un objetivo superior.

¿Un grupo de personas? En este caso haría falta un grupo de personas de todas las tendencias políticas sin exclusión, con buena trayectoria y peso específico, dialogantes, conciliantes, que hayan por tanto soltado sus propios fardos sistémicos limitantes y bloqueantes, que ya hayan trascendido sus apetencias económicas, que estén dispuestos a traspasar lo mucho recibido de nuestra sociedad y estén motivados y unidos por el objetivo superior de la reconciliación. ¿Los Padres de la Constitución que aún están en vida? ¿Un Consejo de Sabios trabajando con grandeza y generosidad para las generaciones siguientes? En este caso, el ejemplo y la credibilidad no sólo vendrían de cada uno de ellos, sino también del hecho de mostrarnos que pueden convivir juntos, consensuar objetivos para el bien común, actuar para alcanzarlos y construir futuro.

¿Y si no apareciera este alguien o grupo de personas? Pues cabe hacerlo desde la sociedad civil, en pequeños o grandes grupos. Cuando un miembro o un subsistema de un sistema trabajan en su curación, su efecto benefactor llega a los demás a través de sus relaciones, y la mejora de éstos repercute a su vez en aquellos otros miembros con los que están relacionados y también en el miembro o subsistema iniciales. Así, el beneficio de su primer esfuerzo se expande como una mancha de aceite al resto del sistema. De hecho, ya se va haciendo a escala familiar, pero la degradación política, económica y social actual hace más evidente y urgente la aplicación de la sistémica a una escala mayor.

¿En qué podría consistir este siguiente paso del proceso de reconciliación? Me arriesgo de nuevo diciendo que si los síntomas de confrontación son patentes y persistentes en un pueblo, ciudad, región, comunidad o país, las causas y la solución son sistémicas. La solución requiere una pedagogía previa, y una o varias personas que se den cuenta de ello, que algo tienen y pueden hacer al respecto y el impulso para iniciar el proceso de reconciliación. Ello puede llevar a reunir a colectivos de hijos, nietos y bisnietos que se sienten emocionalmente ligados a un miedo, odio, tristeza y culpa que pudiera ser atribuible al que sus padres, abuelos y bisabuelos experimentaron en la Guerra Civil, fueran del bando que fueran, y hubieran hecho lo que hubieran hecho, sería bueno celebrar un acto conjunto en el que se crearan las condiciones adecuadas para que cada uno pudiera respetar y asentir en lo más profundo de su ser, lo que fue, tal como fue, sin juicios ni resentimientos. Si somos lo que somos hoy, es gracias a todo ello.
 

Esta catarsis permitiría quitarnos progresivamente esa pesada losa emocional que individual y colectivamente llevamos algunos y que consume una gran parte de nuestra energía en forma de tensiones y enfrentamientos. Sin esas emociones bloqueadoras, nuestra capacidad emocional se pone al servicio de la vida y puede colaborar con lo “racional”. Sin esas emociones bloqueadoras, a nivel colectivo, nuestra capacidad emocional toda está orientada a captar lo que sucede y a generar información vital para tomar mejores decisiones para nuestra paz, bienestar, crecimiento y aportación a los demás.

Para mí resulta evidente que hay que realizar un proceso de reconciliación porque cuando ciertos conflictos perduran en el tiempo, las causas suelen ser sistémicas. Y sistémicamente está comprobado que para tener éxito en una etapa, hay que haber cerrado bien la anterior.

Poco arriesgamos con un proceso de reconciliación, y mucho podemos ganar. Cuando nuestro cuerpo y nuestra sociedad dejan de albergar emociones que bloquean el libre fluir de su energía, toda ella se dedica a la resolución de los retos esenciales. Pero mientras la estemos perdiendo por el desagüe de los enfrentamientos constantes, nuestro futuro se desdibuja y desaparece. Salgamos de la neurosis repetitiva y circular de los conflictos constantes en la que estamos. Salgamos de este surco de disco rayado e iniciemos el recorrido del surco en espiral que nos permita escuchar y disfrutar las canciones de ese álbum que es nuestra prosperidad colectiva. Necesitamos un impulso centrífugo para salir de ahí. Necesitamos energía para hacerlo. La reconciliación es liberadora de ella.


Carlos Surroca Consultor de Sistemas Humanos 

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